Muchas veces, a la pasada por Honduras y Juan B. Justo, compro un par de tortillas hechas al carbón en una parrillita para compartir en la radio.

A veces la esquivo porque es mucha harina me digo ,dado que el primer corte hecho con las manos es mío, es automático y lo hago como si me estuviera robando algo a mi mismo.

Hoy estaba la policía. Frene y le pregunté al muchacho que pasaba. No se animaba a responderme. Y una jovencita, acaso su hija o hermana menor lo miraba con angustia.

Entonces le pregunté a la mujer policía que estaba pasando. “Estamos por una contravención. Uso indebido del espacio público”, me dijo muy amablemente. “Es una orden de la fiscalía”, agregó.

Empecé mal la mañana. Sentí que muy rápido me arruinaron el día. La maldita casta de la crueldad, enmascaraba el día precioso de la ciudad. Alguien que, parado en un metro cuadrado de la ciudad, sostiene a su familia era expulsado.

¿A dónde va ahora? ¿Cómo darse otro alimento que no sean esas tortitas al carbón con la harina que aún le queda? ¿Qué pasa después?

Había un muro detrás y pensé también cuantas fotos de verdaderos delincuentes económicos podrían estar pegados allí.

Pero el único que tenía a la vista era ese muchacho, con las manos atrás. La única foto era su desaliento y su impotencia. La imagen perfecta de la injusticia social.