Todas las personas, hijas de Dios o no, tenemos una manera de
conducirnos en la vida. Somos conocidos, entre otras cosas, por cómo
nos comportamos entre nuestros conocidos y desconocidos. Nosotros,
como hijos de Dios que somos, deseamos ser conocidos de tal manera
que nuestra conducta exhiba al Dios que amamos y al Señor que
servimos. Queremos brillar con el brillo que tiene Dios en Cristo en
nosotros y que nuestro proceder dé cuenta del Evangelio de liberación
que predicamos.