Mientras caminaba desde Paimas cuesta arriba, recordaba cuando en la década de los noventa subía cerros y montañas en el Alto Huallaga, luchando por la pacificación nacional, ahora no llevaba un fusil, ni equipo de campaña, llevaba una cámara y mochila con algo de ropa y bolsa de dormir, con una misión, llegar al Señor Cautivo de Ayabaca.
Después de caminar soportando el sol, la lluvia, el frio de la noche, pasando la nariz del diablo, por fin llego a la Cruz del Peregrino, eso es señal que la ardua subida termina y que estoy cerca al “Cautivito” como cariñosamente lo llaman los peregrinos.
Al llegar a Ayabaca empieza una lluvia suave, me reencuentro con los peregrinos que en el camino hice amigos, ellos se encontraban con sus hermandades, cantando y alabando al Cautivito en agradecimiento por haber recibido milagros mientras otros comienzan a arrastrarse pidiendo clemencia. Siento mi cuerpo aún adolorido por el largo trajinar, aun así, cámara en mano sigo a los peregrinos; por primera vez veo al ser humano pidiendo clemencia entre ellos a un padre clamando por la salud de su hija y la nostalgia me invade, mi cámara empieza a humedecerse por las lágrimas que derramo al ver esta escena, no derramaba lagrimas desde que era niño cuando papá castigaba. Luego me dirijo hacia el Santuario del Señor Cautivo, al llegar a la imagen, los peregrinos tocan el hábito del Cautivo y lloran tal vez por miles razones, miro a los ojos del Cautivito y por primera vez toco su hábito, le agradezco por haberme permitido llegar hacia él y pedir por la salud de mi familia y amigos. A mi salida del Santuario miles de peregrinos siguen llegando para venerar al Cautivito no importándoles soportar el intenso frio. Su fe es tan grande que sigue congregando personas de todos los lugares del Perú y el mundo. Con estas imágenes rindo homenaje a todos los peregrinos y peregrinas por la valentía de llegar hacia el Cautivito.
Becquer Jara.