11 Caf - Descubre a Jesús el Mesías en el alfabeto hebreo
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 Published On Nov 19, 2014

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Nuestra 11ª letra es la CAF, cuyo valor numérico es 20. Originalmente se representaba como la palma de una mano, y así se le dice en hebreo a la palma de la mano: CAF-IÁD. Simboliza el fruto de nuestra labor, la productividad.

También se asocia a la CAF con términos como la planta del pie (CAF RÉGUEL), o una cuchara (CAF), entre otros, que son objetos doblados o curvados, como la propia estructura de la letra. Esto se interpreta como el concepto de discípulo, quien recibe con humildad la enseñanza de su maestro. Recordemos que la letra que antecede a la CAF es la IOD, que representa al Mesías, a la espiritualidad. Para aprender es necesario convivir con el maestro, cosa que los discípulos de Jesús hicieron. Como enseña el profeta Isaías: “mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá” (Is28:10).

En ocasiones, la CAF se escribe con un puntito en el centro. Una vez muerto, resucitado y ascendido Jesús, Él envió a su Espíritu, el Consolador, para que habitara en el corazón de sus discípulos y les enseñara todas las cosas (Jn14:15, 16; Hch1:8). La CAF con el puntito adentro ilustra esta verdad espiritual. Ahora el Mesías vive en nosotros mediante el Espíritu Santo, el Rúaj Ha Kódesh.

También la CAF adquiere una representación diferente como sufijo, al final de una palabra (CAF SOFÍT). En esos casos su valor numérico es 500 y su sonido como el de la J en español. Esta CAF SOFÍT funciona como un posesivo. “EL-Ó HEI JÁ”, por ejemplo, es: “TU DIOS”. Es el equivalente a "tuyo" en español, e implica que lo que está en la palma de nuestra mano es nuestro. Sin embargo, el verdadero valor de eso que es nuestro, lo es en tanto proceda de Dios y de su Espíritu. Si la labor de nuestras manos es fruto de esa íntima comunión, entonces es fruto que a vida eterna permanece (Jn4:36). Sólo somos productivos en el reino de Dios si estamos inmersos en el Espíritu. De otro modo, nuestra obra puede ser como el heno o la hojarasca, y el fuego la quemará (1Co3:12-15).

Esta expresión de posesión mediante el uso de la CAF SOFÍT está repetida vez tras vez en el mandato por excelencia que los hijos de Israel recibieron: “Amarás al Señor TU Dios de todo TU corazón, y de toda TU alma, y con todas TUS fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre TU corazón; y las repetirás a TUS hijos, y hablarás de ellas estando en TU casa… y las atarás como una señal en TU mano, y estarán como frontales entres TUS ojos; y las escribirás en los postes de TU casa, y en TUS puertas” (Dt6:5-9). Debemos hacer nuestra la Palabra de Dios. Debemos hacer nuestro al Verbo: el Mesías, IESHÚA.

Pero ello requiere trabajo, ardua labor, pasión. Hay que invertir en Dios para hacer nuestros sus preceptos. Lo mismo sucede con instituciones sagradas en la vida como el matrimonio o la iglesia. Hay que dedicarles tiempo para que fructifiquen.

La CAF también se usa como prefijo, antes de una palabra y significa: “de acuerdo a” o “COMO”. “¿Quién COMO tu, oh Señor, entre los dioses? ¿Quién COMO tu, magnífico en santidad?” (Éx15:11). En este sentido volvemos a ver una identificación con lo espiritual, con Dios. Como Él debemos ser. “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”, nos dice el apóstol Pablo (1Co11:1). Desde un punto de vista estructural la letra gemela de la CAF es la BET, son casi idénticas. La BET representa al "BEN", al Hijo, y su valor numérico es 2, en tanto el de la CAF es 10 veces 2: 20. Como sus discípulos, somos llamados a ser imitadores de Jesús y “reproducir” su obrar.

Por último, un hombre sin Dios está doblado, quebrantado. Sólo la intervención de Dios puede restaurar su vida. La palabra para quebrantados, agobiados, doblegados u oprimidos en hebreo es: KEFUFÍM, y la descubrimos en el Salmo 145: “Sostiene el Señor a todos los que caen, y levanta a los OPRIMIDOS” (Sal145:14). El evangelio de Lucas habla de una mujer que estaba en esta condición de quebrantamiento, y a la que Jesús sana de su azote: “Andaba encorvada, y en ninguna manera se podía enderezar. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: Mujer, eres libre de tu enfermedad. Y puso las manos sobre ella; y ella se enderezó luego, y glorificaba a Dios” (Lc13:11-13).

Sólo Jesús puede restaurarnos a nuestra condición original, a la identidad de hijos. Las palmas de sus manos fueron traspasadas en el madero. Su obra, su productividad fue completa. Como Él debemos ser. Él es nuestro Maestro. Sin Él nada somos, y todo lo que somos y hacemos es por Él.

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