LA NIÑERA LLEGÓ A LA MANSIÓN DEL MILLONARIO... Y QUEDÓ IMPACTADA AL VER LA FOTO DE SU MADRE...

Adriana llegó puntual a la gran mansión de los Del Valle. Mientras su taxi se alejaba por el largo camino de piedra, se detuvo un momento para contemplar la impresionante estructura frente a ella. Era difícil no sentirse abrumada por la opulencia de ese lugar. La enorme puerta de hierro forjado se alzaba frente a un jardín perfectamente cuidado, y a través de los altos ventanales se veía el interior lleno de lujo. Respiró hondo, tratando de calmar los nervios que sentía. Sería su primer día como niñera del pequeño Diego, el hijo de Eduardo Del Valle, uno de los empresarios más poderosos y respetados del país.

Al tocar el timbre, una mujer de aspecto serio y uniforme impecable le abrió la puerta. Era Marta, la ama de llaves, quien la recibió con una mirada rápida de arriba abajo, como evaluando si Adriana estaba a la altura de lo que esperaba. “Sigue por aquí”, dijo con un tono cortante, haciéndola pasar sin más preámbulos. El interior de la casa era incluso más impresionante que su fachada. Los suelos de mármol reflejaban los enormes candelabros, y las paredes estaban adornadas con retratos y obras de arte que parecían pertenecer a algún museo.

Mientras seguía a Marta por los largos pasillos, algo llamó la atención de Adriana. Era una fotografía, enmarcada en negro, que colgaba con prominencia en una de las paredes del vestíbulo principal. La imagen parecía fuera de lugar en medio de tanto lujo. Se detuvo de golpe, incapaz de dar un paso más. Allí, en la foto, estaba el rostro que había conocido toda su vida, aunque no lo había visto desde que era apenas una niña. Era su madre.